El número uno puede expresar lo máximo y lo mínimo. Es como si lo único, lo unívoco, diera seguridad y fuese símbolo de logro o plenitud: -“yo soy mujer de un solo hombre“-, acaba de decir en la radio una oyente anónima en uno de esos programas nocturnos en que uno cuenta su vida al locutor y confesor de turno. Asimismo lo conseguido una sola vez puede funcionar como consuelo o limosna. Los que aman las patrias, por ejemplo, desean ver la suya mantenida, defendida o creada (dependiendo de si ya la tienen reconocida o si la anhelan en un nuevo orden mundial o mapa local) como una, unida e indivisible. Y los que se consideran privados de casi todo, por poner un caso, solicitan una sola y solitaria demostración o concesión de modesta fortuna: “dame una peseta“, rogaba un mítico personaje de las calles de mi ciudad, y el propio Bécquer se arrancaba con pasión con el uno como impulso y motor de su inspirado verso:
Por una mirada, un mundo,
por una sonrisa, un cielo,
por un beso… ¡yo no sé
qué te diera por un beso!
Si has repetido algo 365 veces parece como si tuvieras algo que celebrar, tienes un año cumplido de algo, respecto a algo, en el ejercicio, disfrute o sufrimiento de algo (aunque realmente celebremos las anualidades el día 366 respecto a cuando algo comenzó). Anda uno dando vueltas al uno, una vez más. Si las cuentas no me fallan este es el sucedido número 365 y no es uno más pero sí es uno menos. Eso sí, hoy se ha hecho tarde, es más de la una y no son horas de ponerse a celebrar. Tengo una cosa que comentar que quizá sorprenda, alegre, apene o deje indiferente a más de uno, pero lo publicaré mañana, tampoco es para tanto, es esperar un día. Ya sabéis, uno que es así…
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