Empecemos por el final por si tiene prisa: vean esta función.
Es un espectáculo
redondo divertido y emocionante.
Cuenta con un
reparto sin fisuras, una dirección atrevida y muy inteligente, a lo
que se suma un texto que se mueve con soltura y clase entre lo
reivindicativo y lo lúdico.
‘Yo la peor del
mundo’ juega a viajar entre el siglo XVII y el actual en el
peligroso asunto de interpretar el pasado con los ojos y la
experiencia de hoy. Pero lo hace solo lo justo.
Prefiere crear un
discurso de intemporal con el personaje de Juana Inés de la Cruz una
mujer adelantada a su época que traslada a la de hoy pone en primer
plano muchas zonas oscuras del alma y el comportamiento.
Todo ellos se
muestra con una función divertida que también es un musical con
excelentes voces aunque un poco tímido. Le falta un poco para
convertirse en una fiesta mayor, aunque con lo que hay ya vamos
sobrados de calidad.
Las interpretaciones
son muy buenas, con Itxaso Quintana echándose a la espalda una
responsabilidad a la que responde siempre con fuerza desparpajo y
serenidad.
Sus compañeros la
siguen de cerca. Hay que destacar el monologo de Ana Pimienta como
virreina, una autentica delicia. Estamos ante una función que lleva
el entretenimiento a un estadio superior. Si eliminaran el momento de
bajar al patio de butacas, seria de diez. Esta Inés va a sorprender
y mucho por los escenarios. Se lo merece de sobra.
Cuando arranca el festival de jazz de mi pequeña ciudad sus calles, gentes, medios de comunicación, melómanos y no tan melómanos, los que pasaban por allí y los que vienen para ver qué pasa por aquí, todos ellos y algunos más por aquello del qué dirán si no digo, se revolucionan y convulsionan como si arrancasen una suerte de “sanfermines” de la música. Para el que lleva el pañuelico rojo puesto todo el año en la intimidad de su corazón puede resultarle un poco estentóreo el revuelo que se organiza alrededor de esta fiesta y semana de las músicas de jazz que nos son ofrecidas y ofrecemos.
Hoy se ha lanzado el chupinazo y corren ya toros por muchas esquinas, y más que van a correr. Conviene no estirar la metáfora o la parábola más de lo debido porque huelga decir y pensar que si se soltasen por un callejón vallado o sin vallar, por poner un caso, “6 conciertos 6″ de la ganadería de Louis Armstrong a las ocho en punto de la mañana, ni serían televisados en directo por canal alguno ni acudirían a “correrlos” con su energía dispuesta ni la décima parte de personas que lo que convocan otras correrías y festejos. Aunque también es verdad que los que tenemos el placer de salir a un escenario estos días, hagamos buena faena o no, recibimos por adelantado un montón de orejas, en concreto las dos de cada asistente a tu concierto.
Reconozco que aunque las cosas han cambiado mucho y a mejor, es comenzar la semana y saber que el “pobre de mí” a entonar el último día siempre deja un regusto agridulce. Voy a disfrutar, faltaría más, pero sin borrachera que nuble el sentido de realidad. Nos vemos en los conciertos. Y déjense cornear aunque sea un poquito durante el resto del año.