Al celebrarse hoy el día de los Santos Inocentes, la conmemoración del cristianismo recordando la matanza de niños menores de dos años nacidos en Belén y ordenada por Herodes para eliminar a Jesús de Nazaret, se me ha producido una asociación de ideas en forma de recuerdo reciente: hace pocos días compartí charla con quienes hablaban de un autor y de un libro, Daniel Sueiro y su valiente trabajo titulado “La pena de muerte: ceremonial, historia, procedimientos“. Publicado en España en 1974 (un año antes de la muerte del dictador Franco) se trata, según leo por ahí, de “una obra estremecedora, plena de detalles y significación política, hoy difícilmente encontrable, sobre la historia del garrote vil en España y sus últimos verdugos, tema que ya se asomó al cine español tardofranquista en “El verdugo”, de Luis García Berlanga, y “Queridísimos verdugos”, de Basilio Martín Patino“.
En España, cabe recordar por otra parte, tal día como hoy se celebra a base de declararse una “barra libre” de bromas en forma de, si se me permite la definición, pequeños engaños, faenas u equívocos pensados y diseñados con el fin de provocar, finalmente, solaz tanto al que la urde y ejecuta como al que la recibe y padece. Día, por tanto, en el que uno tiene la oportunidad de fotografiarse y de fotografiar a los demás ya que considero que es el ejercicio del humor, en general, y el de la “broma con estrategia”, en particular, espacio inigualable en el que uno puede demostrar calidad, calidez e inteligencia o todo lo contrario.
Digo todo esto porque uniendo los conceptos de “muerte” y “broma” solemos decir que algunas chanzas nos matan de risa y ante otras, menos agradables y afortunadas y tras recibir la sorpresa supuestamente jocosa, juramos que mataríamos a quien la ha pergeñado (¿quién no ha presenciado o sufrido alguna de dudoso gusto o indudable zafiedad?).
Bromas aparte diría que siempre es pronto para morir (o eso siente uno al menos a día de hoy y en su actual situación) aunque sólo fuese por la cantidad de libros que uno quisiera no dejar sin leer. Lo confieso, no he leído nada de Daniel Sueiro y por eso dejo anotado este sucedido en el día de hoy, este bloc de notas que me recuerda lo bueno que he vivido y lo bueno que está por vivir.
Traigo noticia de la edición de un nuevo libro. El escritor Luis García Gil ha publicado un trabajo en torno a la canción “Mediterráneo” de Joan Manuel Serrat. Dice el texto promocional de esta nueva publicación: “Este libro reconstruye la gestación de “Mediterráneo”, de Serrat, uno de los grandes álbumes de la historia del pop español, aportando datos desconocidos y toda la información conocida alrededor de la composición y grabación. Incluye la opinión de un buen número de músicos y periodistas“. Pues bien, tengo el honor de ser uno de esos músicos a los que se les ha pedido colaboración a la hora de hablar y glosar tamaña composición y, de manera inevitable y lógicamente, a su celebrado autor. Gracias, Luis, por la preciosa oportunidad.
Con autorización y el beneplácito de García Gil ofrezco aquí reproducido, al pie de estas líneas, lo que he aportado a ese a buen seguro precioso trabajo. El libro está a la venta de manera exclusiva en este enlace: Clic aquí para comprar el libro.
Mis sentimientos, reflexiones y jugueteos en torno a Mediterráneo
En el verano de 1971 yo tenía nueve años y Joan Manuel Serrat veintisiete. Ese agosto el 71, por tanto, nos llevábamos dieciocho años, lo que viene a ser una mayoría de edad. Por esas fechas, parece ser, él estaba empezando a componer las canciones de su cuarto álbum en castellano, el titulado Mediterráneo y yo, imagino, arrastraba como podía mis pantalones cortos por el pueblo en que nació mi padre, Araia, en Álava, lugar en que todos los veranos pasábamos un mes en familia. Ese disco de Serrat tuvo una repercusión inusitada en el panorama de la música nacional, y mis pantalones cortos corriendo por Araia la tuvieron, crucial, en mi vida personal.
Asocio la escucha de esa espectacular colección de canciones con mis estancias estivales en Araia, con los afectos que allí cultivé y con los paisajes físicos y humanos que tanto me aportaron. Fueron muchas las horas en que esa cinta de casete sonó en el aparato Philips e infinitas las veces en que al comenzar a sonar la cara “A” contenía un poco la respiración y aguzaba el oído: el disco se abría con Mediterráneo y esa afilada y misteriosa nota mi, muy aguda, acompañada en seguida de una percusión muy subdividida que no acertaba a adivinar si eran unas pequeñas maracas o el “charles” de una batería, suponían el hipnótico inicio de una nueva sesión de escucha, la enésima, de diez pequeñas e inmensas obras maestras.
El álbum Mediterráneo y la canción que le da nombre fueron parte de mi mayoría de edad personal y musical. La melodía, ritmo, acordes, arreglo y texto de la emblemática canción constituyeron para mí una clase magistral que se me ofrecía en pequeñas dosis: aquellas que configuraban cada una de las mil escuchas, y a través de las cuales iba comprendiendo, poco a poco, el sentido de cada elemento, el significado de cada palabra, la intención de cada frase, el cómo y el por qué de cada giro del bajo o cada quiebro de la batería.
He hecho de Mediterráneo parte irrenunciable de mi repertorio. Sí, de acuerdo, podría decirse que a quienes amamos el jazz, una pieza así, que evoca tanto el color rítmico del mítico Take five de Brubeck, nos fascina desde esa frescura y viveza rítmicas. No tengo la menor idea de si el 6/4 de Mediterráneo produce el mismo gozo que el 5/4 de Take five pero me he bañado muchas más veces a la orillas de aquel mar, el de Joan Manuel, y cuando la toco resuena en mis dedos el poema; y cuando leo el poema las lágrimas son corcheas que se derraman desde el compás de mis ojos y me las seco con un papel pautado en el que nadie ha osado poner aún el calderón final.
Cierto es que Serrat la estrenó cantándola con ímpetu juvenil y con el metrónomo marcando una velocidad unos “100 la blanca”, cuando ahora la pone en los escenarios desde la elegancia y la serenidad de unos 80 u 85 para ese mismo valor. A la tonalidad ha sido fiel, eso sí, y el “la menor” sigue siendo adecuado cobijo y registro para las evoluciones de un Joan Manuel que -como buen anfitrión-, cuando alguien se le acerca a compartirla, no tiene problema en, por ejemplo, acercarla al “mi menor” en que aborda sus estrofas Ana Belén o al ajustado “do menor” que elige y prefiere Lolita para ese hermoso dúo en la Antología desordenada.
He gozado, gozo y quiero seguir gozando con Mediterráneo. Por tanto, y como en sonidos soy más ducho que en palabras, me animo a cometer la impostura de meterme en un jardín que me es ajeno. Dejo aquí la letra que he creado sobre la melodía de Mediterráneo como guiño al juego, vértigo, despertar y aprendizaje que me supuso conocerla en tierna edad. Me meto donde no me llaman, Joan Manuel, porque yo tampoco te llamé y mira la que liaste: no puedo ni quiero sacar de mi carpeta vital la partitura de Mediterráneo. La tocaré hasta que toque empujar al mar mi barca y aún más allá, estoy seguro.
—————-
Recuerdo que en mi niñez
lo escuchaba yo en Araia,
ese disco, -¡vaya caña!-
en casa de Salvador
se ponía con fervor,
y con volumen, con tralla;
en la comida, en la cena;
en la alegría y la pena.
Yo, que en la piel tengo el sabor
bien dulce del canto eterno,
de ese artista por los pueblos
cantando de norte a sur,
con más etapas que el Tour,
sea verano o invierno.
¡Qué alegría, qué hermosura!
Le admiramos con locura.
No sabe de versos cojos,
en sus letras no hay despojos
y musica con gran tino.
Desde su disco primero
mejoró como el buen vino
y a mí se me ve el plumero.
¡Qué le voy a hacer, si yo
flipo con Mediterráneo!
Es que tío, ¿de qué vas?,
¡las metáforas que empleas!:
“perfumadita de brea”
al hablar de esa mujer,
lo tuyo es ya de romper,
tanto arte que cabrea,
que enamora y que nos tiene
en tu calor aunque queme, ay…,
Si un día para mi mal
viene a buscarte la parca,
habrás dejado tal marca
en mi historia personal
que mira, y que ni tan mal
tocaré en mis teclas blancas
tu canción, como ya suelo;
me servirá de consuelo.
Qué difícil rima monte,
tan sólo encuentro bisonte,
necesito alguna pista.
Retorno ya a mi camino,
son las teclas mi destino
pues lo mío es ser pianista.
Gracias, Serrat, porque yo…
flipo con Mediterráneo,
disfruto Mediterráneo,
toco tu Mediterráneo.
21 de junio – Día Europeo de la Música / La Fiesta de la Música
La gran fiesta de la música comenzó a celebrarse en el año 1982 en Francia y en pocos años se extendió por toda Europa. Sus promotores e impulsores definen ese día como la oportunidad de que tanto profesionales como aficionados llenen las calles y plazas de música y que los ciudadanos disfruten de esa generosa explosión artística consistente en conciertos gratuitos en cualquier esquina de su barrio, pueblo o ciudad.
Hay quien lo define de manera muy gráfica: “sacar a todos los músicos a la calle”. Es poético, qué duda cabe, pero corremos el riesgo de que, en estos tiempos, se convierta en literal. Podría pasar, incluso, que algunos lleven en la calle ya todo el año porque no tengan perrito que les ladre o gatito que les maúlle una canción bien afinada en forma de trabajo estable, nónima mínimamente digna o panorama de conciertos ni medianamente prometedor.
No es que yo quiera aguar la fiesta de la música pero sí me gustaría poner una nota constructivamente disonante entre tanta uniformizante armonía. La cultura, en general, atraviesa momentos difíciles pero la música, en particular, es de alguna manera el “juguete roto” de un sistema que tras el noble impulso de considerarla un arte bello y fundamental y por tanto amarla y venerarla, poco a poco ha ido utilizándola, devaluándola, mal vendiéndola o incluso regalándola con la excusa de que lo artístico es patrimonio de todos, olvidando que la música sí pero los músicos no. No tienen dueño y aspiran, como todo ciudadano, a una vida digna ganada con el sudor de su corchea.
El recurso, hoy de nuevo, al humor ingenioso para retratar el folclore que estos días recorre muchas calles. Descansar y sonreír. Y así lo vamos pasando…
Me he encontrado este vídeo a primera hora de la mañana, en la lectura de la prensa. El primer disfrute, el evidente, lo espectacular de los escasos 40 segundos de un tanto realmente sorprendente en un partido de ping-pong. En los 40 segundos siguientes, tras verlo, pensaba que es, de alguna manera, una metáfora de la vida: cuanto más fuerte te golpee más flexible necesitas estar para no romperte, cuanto más contundentes sean los ataques de la fortuna más distancia has de poner para mitigar la energía adversa y devolver la pelota sin que se salga de la mesa y se detenga el juego, a mayor virulencia en contra mejor es despejar el envite bien bombeado para que tu respuesta aterrice con cierta calma sobre el tablero de la vida y el rebote no sea aun más letal. El vídeo nos muestra, en tan pocos segundos, dos parábolas: la que describe la pelota impulsada desde la sabia energía del hombre que responde a la tenaz ofensiva, y la referida a la “verdad importante o enseñanza moral” ([sic], diccionario de la RAE) que, por semejanza, nos proporciona el deleite de estos dos jugadores en estado de gracia.
Doy clases de música desde los 18 años así que son unos 34 años de recorrido, experiencias, aprendizaje, evolución, testeo de modos y maneras de hacer las cosas, y pasión, mucha pasión por la suerte de ejercer una profesión que siento como vocacional. Me costaría mucho renunciar a ser intérprete de música pero tampoco me sería fácil dejar las aulas, siento ambas actividades como indisolublemente unidas.
Que le den a uno estas horas, cerca ya de las once de la noche, buscando materiales para los alumnos, pensando en conversaciones mantenidas en clase y urdiendo la manera de ayudar a unos y a otros a resolver dificultades y a desbrozar caminos que a veces parecen tozudamente cerrados…, es una buena señal, la ilusión sigue viva tras tantos años, es un privilegio, una oportunidad de crecimiento permanente.
La red de redes nos facilita la tarea en ocasiones: transcripciones y sus audios, ver y escuchar, escuchar y ver. Cierro la búsqueda ya por hoy pero aquí queda un ejemplo de a qué me refiero. El gran, profundo y esencial Bill Evans, por poner un caso.
Cierro el día agradeciendo que este hombre haya existido. Se ha ido a los 89 años, en su casa de París. Es un regalo su inmenso legado. Satie en las manos y el alma de Aldo Ciccolini: después de eso, el silencio. Descanse en paz.
Serán casualidades, no me voy a convertir de repente a estas alturas de mi edad madura y razonablemente satisfactorio agnosticismo a creencias como la numerología, no, me dan pereza este tipo de novedades, estoy muy ocupado intentando mantener con cierta dignidad bien cuidado el jardín de las cosas en las que creo que creo. Ahora bien, casualidades o no, la cosa es que haciendo una limpia de discos duros me ha aparecido un material hermoso, fotografías del Seminario Internacional de Jazz de Zarautz (Gipuzkoa) de 2005. El seminario se hizo durante 10 años, se dejó de hacer hace 5 y, como digo, el material que hoy aporto, porque es el que me he encontrado al azar, es el del año 2005. Mucho 25, mucho 5 y mucho 10…cuando el día de hoy es precisamente 25-1-2015. No me hagan mucho caso, voy a lo que quería decir y que es muy sencillito.
Es una verdadera pena que este Seminario se dejara de realizar. La prensa informaba en junio de 2010 de la suspensión del seminario en estos términos:
“La concejala de Cultura de Zarautz ha señalado a Efe que era necesario hacer recortes, pero que confía en que este seminario, que se celebraba los últimos días de julio y los primeros de agosto y al que acudían músicos de todas las comunidades autónomas, se pueda recuperar “a la larga” porque “es una iniciativa que gusta”.
El pianista Kenny Barron, los saxofonistas Gary Bartz y Jesse Davis, el contrabajista Ray Drummond, el batería Al Foster, miembro de la banda de Miles Davis durante trece años, y Benny Golson, que fue compositor y arreglista del genial trompetista, son algunos de los profesores que pasaron por estos cursos y que, además de ejercer su labor docente, llenaron de música muchas tardes de verano del municipio costero“.
Con Al Foster, de noche.
En ese 2005 el ambiente vivido en el Seminario fue, como lo era habitualmente, extraordinario. El invitado de honor, el legendario baterista Al Foster, quien se nos reveló además como una extraordinaria persona que, lejos de la prevención con que nos alertaron en torno a cómo debíamos tratarle, se implicó desde el minuto número uno en todo aquello que ocurriese tanto dentro como fuera de las aulas: Fuimos compañeros y amigos, además de cómplices en noches que era el último que quería irse al hotel. No faltó a un solo minuto de las clases para él estipuladas y se mostró diligente y dispuesto, en todo momento, a hacer lo que mejor nos pareciese para la buena marcha de la semana.
Buenos y bonitos recuerdos del ayer y una reivindicación para mañana: señores políticos y gestores, ¿cómo ven ustedes lo de retomar este seminario? ¿Somos o no somos la tierra de los festivales de jazz de verano? Por comentar…
Era el día 21 de enero de 2004, los ecos de la gran fiesta de la ciudad de San Sebastián aún resonaban en las calles de esa mi pequeña localidad y a mí me tocaba el privilegio de compartir escenario con cinco inmensos músicos, un regalazo que me hicieron, dirigir un sexteto de ensueño. El caso es que tras 24 horas de escuchar las marchas de Sarriegui sin interrupción, las mismas que ahora llenan la noche y el día del 20 de enero, me ocurrió que para abrir el concierto se me vino a las manos la marcha de San Sebastián, me sorprendió a mí mismo que los dedos cobraran vida casi ajenos a mi voluntad y se arrancasen con aquello. Celebro hoy el día grande de mi ciudad con este recuerdo de 11 años atrás, este vídeo que recoge aquel momento.
Tras un día que el calendario marcaba como festivo pero que uno ha aprovechado para huir del mundanal ruido y dedicarlo al estudio de asuntos y aspectos varios relacionados con su profesión, ha sido curioso y divertido echar una última ojeada a una red social y encontrarse con que un buen amigo había publicado este chiste:
“Finaliza el concierto , y una señora de modales refinados y ostentosos se dirige al pianista: “Maestro, estoy fascinada con su actuación, y qué suerte la suya, daría media vida por tocar como usted”. A lo que el concertista replica: “Eso es exactamente lo que yo he hecho“.
Sonrisa amplia, satisfacción por el deber cumplido y alegría por el disfrute vivido en el proceso de cumplirlo. Buenas noches.
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